El acuerdo comercial fue sencillo: unos seres proveían alojamiento y desechos y otros entregaban su energía a cambio. Nadie pensó que la comodidad de obtener energía transformaría al primer grupo en esclavo, al perder la habilidad de crearla por sí mismo. La arrogancia y el egoísmo de los segundos, sin la necesidad de buscar su propio sustento, se aliaron para transformar la faz de la tierra. Un filósofo posterior señaló una paradoja poco evidente. Todos conocíamos el nombre del pueblo esclavista, mitocondrias, y el de la raza resultante, eucariotas. Sin embargo, ¿alguien recordaba el nombre de los microorganismos oprimidos?