La fiesta en la primitiva célula vegetal estaba siendo todo un éxito. El núcleo estaba elegantísimo con su retículo y los ribosomas atendían a los invitados con su mejor sonrisa. Lo que nadie sabía era cómo habían aparecido allí aquellas cianobacterias. Las vacuolas pensaban que las habían invitado los aparatos de Golgi y éstos que habían venido con las mitocondrias. Ahora lo llenaban todo y... ¡un momento!, ¿cuándo se habían puesto las zapatillas de andar por casa?. Los orgánulos supieron entonces que nada volvería a ser igual: los cloroplastas, digo, cloroplastos, habían venido para quedarse.