Díscola, huidiza y flagelante flotaba por el torrente sanguíneo, sin saber, ¡cómo no!, que iba a desencadenar tremendo desaguisado.
De aspecto mullido, aparentemente inofensiva se iba adentrando de manera consciente en el laberinto pulmonar.
¡Impostora! ¡Te alojas de manera sibilina, te propagas, en pos de la conquista de un medio que te haga poderosa y casi invencible! ¡Micronapoleónica, alejandrina y magna!
Se alza un ejército en tu contra, pero tus intenciones están más que meditadas. ¡Lo conseguiste! Ese ejército, en un acto heroico de autodefensa, ha dejado en ruinas su propia patria.
¿Veredicto...? ¡Culpable!... ¿Tu delito...?... septicemia.