Spirulina llevaba siglos vagando errante por los confines de la Tierra, desde los áridos desiertos del Chad hasta los maravillosos lagos del Valle de México. En su eterno viaje sin rumbo soñaba con pertenecer a un Groupie, a veces imaginaba su vida con las bacterias, supervivientes natas, dueñas y señoras de cada micrómetro del planeta. Otras, en cambio, se le aceleraba la ficocianina al escuchar chapotear a las microalgas, verdes, llenas de vida, cargadas de esperanza. Ella, nunca consiguió encajar con ningunas, entendió que su destino era cabalgar libre hasta encontrar a alguien, igual de especial, que cabalgue con ella.